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Las ondas sonoras que viajan a través del aire penetran en el oído externo y avanzan por el oído medio hacia el oído interno donde, por la acción de un conjunto de huesillos, se transforman en vibraciones. Después, las vibraciones viajan por el líquido del oído interno y se convierten en impulsos eléctricos nerviosos para ser interpretados por el encéfalo.
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Las ondas de luz entran en el ojo a través del cristalino y chocan contra la retina, en el extremo posterior del globo ocular, donde las células sensibles a la luz las transforman en impulsos eléctricos. Después, el nervio óptico transmite estos impulsos al encéfalo, el cual interpreta la imagen. |
La superficie de la lengua está cubierta por millones de prominencias denominadas papilas, que le dan un aspecto un tanto irregular y velloso. Existen cuatro clases de papilas, tres de ellas son gustativas.
Estos brotes pueden distinguir sólo cuatro sabores básicos: agrio, dulce, salado y amargo; las complejas conexiones nerviosas y el sentido del olfato nos permiten percibir las diferencias tenues.
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Nuestro sentido del olfato se concentra en la membrana olfatoria, en la parte superior del conducto nasal. A medida que el aire pasa a través de la nariz, estimula las células de esta membrana generando impulsos eléctricos que permiten al encéfalo distinguir olores específicos. |
Prácticamente todo lo que percibimos de Lo que nos rodea procede de información recopilada por nuestros cinco sentidos básicos: la vista, el oído, el gusto, el olfato y el tacto. Ellos trabajan unidos para producir una imagen total. Este proceso de colaboración es evidente, en especial cuando comemos: el olor es decisivo para distinguir alimentos de textura y sabor similares. Por esta razón, la comida parece no tener sabor cuando padecemos un resfriado. Sin embargo, cuando carecemos de un determinado sentido, otros pueden contribuir a compensarlo; por ejemplo, podemos recurrir al tacto y al oído para desplazarnos en la oscuridad.
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Todos los órganos sensoriales son extensiones complejas del sistema nervioso central (vea pág. 13), cuyo acceso directo al encéfalo permite la producción instantánea de información (el nervio óptico es una extensión del encéfalo). Cuando tocamos un objeto, sabemos si es blando o duro, suave o áspero. La información se produce tan rápidamente que no pensamos en la complejidad que esto implica. Los sonidos que llegan al oído o la luz que entra en el ojo son analizados y transformados en impulsos eléctricos que se decodifican y se reagrupan en el encéfalo. Un proceso eléctrico similar se realiza cuando identificamos un olor, interpretamos un sonido y reconocemos un sabor.
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